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TRABAJO SEXUAL DESDE ADENTRO

  • Leandro Ciappina
  • 30 nov 2017
  • 6 Min. de lectura

TRABAJO SEXUAL DESDE ADENTRO


Haciendo a un lado estereotipos maniqueos, se genera un intercambio desde el Centro de Salud Sandra Cabrera, el primer espacio platense de promoción de la salud para trabajadoras sexuales, y uno de los primeros lugares asociados a Ammar[1], el sindicato de las putas.


Fotografía por Leandro Ciappina

Hay un grupo que siempre laburó en la calle, pero son tres modus operandi que las personas no diferencian muy bien. Una chica de la calle no aguanta estar en un privado ni un cabaret, como una chica de un privado no tolera estar afuera, no puede detectar, o sea, hay que tener unos ovarios muy gigantes para estar en la calle y saber que te tocan bocina y te subís a un auto y no sabes dónde vas a parar. ¿Me entendes? Entonces, las que optamos por un lugar cerrado preferimos pagar los costos de un seguridad, una recepcionista, o dejar un costo de porcentaje, pero sabes que estás abrigada si llueve, no te enfermás.


Una salita de salud pequeña, indiscernible de la de un centro comunitario del municipio, con sus bibliotecas, ficheros, tachito de residuos patogénicos reglamentario, y mesa donde leer panfletos y recetarios de marcas de medicamentos que hacen publicidad. El frío del invierno apenas tolerable con un caloventor pequeño. Sentadxs asistimos a una verdadera catarata de información e historias. La búsqueda que nos había llevado a esa vieja casa chorizo, de las clásicas del barrio mondongo de La Plata, devenida hace dos décadas en centro de atención de Ammar (sin que la ciudad pareciera haberlo notado) era ya un vago recuerdo.


Esa es la gran diferencia entre las tres clases de trabajadora sexuales que existen. Porque en los cabarets también, o sea, la mayor herramienta ahí es trabajar con copa, a mí no me gusta ni estar en la calle ni laburar con tragos, porque si no tenés una buena predisposición al alcohol o una buena tolerancia, digamos, no te sirve, porque terminás después haciendo el trabajo sexual en malas condiciones


Imposible anotar bajo el título de “un día en la vida de”. El trabalenguas hábilmente hilado por esta mujer simpática y cálida, pero a la vez soberbia y desafiante, que hablaba como si diera una conferencia de prensa, o quizás emulando alguna de las entrevistas que hace años dio para televisión, allá cuando se sancionó la ley contra la trata y la promoción de la prostitución (el fin del rubro 59). Mientras tratamos de absorber cada palabra para tratar de hilar una pregunta que suene más profesional que un “¿Ajá, y entonces?”, abrimos los ojos, la lente de la cámara y el grabador, y nos concentramos. La catarata continúa.


Lo único que hicieron es llevar a la clandestinidad todo nuestro trabajo, porque no pusieron en un margen dentro de esa ley que el trabajo sexual no es trata, entonces no marcaron esa diferencia. Nosotras estamos de acuerdo con que hay que luchar contra la trata, pero primero habría que blanquear a las trabajadoras sexuales autónomas, o sea, las que eligen trabajar de esto. Entonces no te importó que en ese lugar hubiera treinta minas laburando, en el otro cuarenta, en el otro diez, en el otro así sean dos, cerraste. Pero esa gente tiene que seguir laburando y no te importó, me entendés.


En la militancia por la igualdad de género y los derechos de todas las identidades sexuales existen desacuerdos menores y mayores. En el segundo grupo está la división (¿tajante?) entre abolicionistas y reglamentaristas frente a la prostitución, el trabajo sexual y la trata de personas. Se cruzan consignas contundentes como “ninguna mujer nace para puta”, “nadie debe ser policía de la moral”, “sin clientes no hay trata”, y un largo etcétera, y pocas veces se asiste a un diálogo en tonos moderados que no desborde, más tarde o más temprano, en un enfrentamiento intenso o hasta violento.


Fueron en cana algunos, ponele el dueño, el encargado, esto, lo otro. El resto de la gente tiene que seguir laburando, ¿y dónde sigue laburando? En la clandestinidad, que casi siempre esa clandestinidad está asociada con grandes poderes: entonces sigue la mafia. Pero ahora ni el sindicato ni nosotras, compañeras, podemos llegar a un acceso de decir: che mira, fulanita está allá. En un momento llegamos a tener un listado de los lugares de trabajo y entonces nosotros como sindicatos y como compañeras de trabajo íbamos a repartir preservativos, a llevar campañas de salud, pero sabíamos que fulanita estaba ahí hace ocho meses, y venías a los controles o nosotros llevábamos los controles de salud ahí. Sabíamos que si pasaba algo, al toque nos enterábamos. Una vez por semana íbamos. De hecho, yo soy hija de paraguayos, imagínate que hasta en guaraní hablaba con ellas, por si no querían hablar en castellano para que los otros chicos entendieran, cosas así.


El tema, lejos de ser un debate académico o teórico, involucra en primera instancia la vida (y la muerte) de muchas mujeres en esta ciudad. Los números de asesinato, desaparición forzada y casos de violencia civil e institucional hacia el colectivo de trabajadoras sexuales son (o debieran ser) alarmantes para todxs. Y también está en juego el lugar de la sexualidad, la libertad personal, la cosificación de la mujer, la discriminación y el clasismo ligados al género y al poder patriarcal y estatal.


Yo tuve objetivos claros desde que empecé el trabajo sexual y sabía que era un ciclo como el del jugador, así. O sea, tuve buena escuela, cuando empecé, mi escuela fue una compañera de un cabaret y era una mina grande, ya tendría sesenta años y tenía un lomazo, tenía escuela. Había códigos, entonces te decía “vos tenés que hacer esto, y aquello, vos podes hacer esto”. Eran códigos personales, históricos. Hace una diferencia cuando hay diálogo y solidaridad entre las compañeras, cuando se charla, y tener mujeres que te enseñen cuando recién empezás, puede cambiarte el mundo.


Por supuesto que todas estas capas de sentido más sutiles sobre el debate no aparecen, como quisiéramos, reflejadas en nuestras preguntas, que funcionan como separadores entre los capítulos de un libro que nuestra entrevistada va diagramando con las manos, como un concertista de ópera mezclada con tía abuela, que conserva en su memoria toda la historia familiar de generaciones. Pero sí toman forma en las anécdotas que va hilando, y sobre todo en las sentencias que planta como un ejército, presto a batirse en combate contra cualquier adversario, para volver a endulzar la cara y la voz mientras va introduciendo una nueva página. En varios momentos de su relato habló de un sexto sentido del cual hace uso. Damos fe.


En este trabajo, que se hace con el cuerpo, tenés una vida útil y tus servicios, también. Existe la competencia, todos los días aparecen chicas jóvenes, entonces vos sabes cuál es tu capacidad, sabes que lo que ofrecés es bueno o malo dependiendo de la clientela que hayas tenido, pero también que no es eterno, y que el cuerpo no resiste. Eso lo aprendí, entonces fui invirtiendo en otras alternativas y saber que hoy por hoy, mejor quedarme con los clientes con que ya entablé una relación de amistad. Comercial, si, todo eso, pero en la que puedo seguir teniendo una buena onda con esos clientes.


Finalmente, el reloj indica que estoy llegando media hora tarde adonde fuera que tenía que ir, y recuerdo entonces el perfil y el “día en la vida de…” que venía a hacer. Mientras busco la manera de empezar a despedirme y reencauzar la conversación, la épica que se desarrolla en lo que escucho me corta, una última vez, el hilo del pensamiento.


Yo creo que, y esto es personal, lo que siempre vi de bueno, es que derrumbamos un estigma de que el trabajo sexual trae aparejado enfermedades sexuales. Me llevó el tiempo de conocer y a verlo en persona, tanto trabajando como desde fuera, y más después de que estuve trabajando en el sindicato, entender que era la trabajadora sexual la que más cuida su cuerpo, porque vive de él. Cuando fue la época de los privados todas empezamos a abrir nuestros propios lugares, porque antes las agencias no nos lo permitían: nos comimos hasta bombas molotovs! Fuimos un grupito de empoderadas que decíamos “acá laburamos por nuestra cuenta, ya conocemos como se maneja todo” y abrimos los privados, y nos la fumamos, qué se yo. Teníamos ese aguante.



Fotografía por Leandro Ciappina

Definición de "Puta" según la Real Academia Española

[1] Asociación Mujeres Meretrices Argentina


 
 
 

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